Mi sobrino de 10 años hará su primera confesión la próxima semana, y no sólo tiene nervioso y expectante al chico, sino que mi hermano está peor, y cuando lo conversaba conmigo no terminaba de hilar bien sus ideas al respecto.
Son muchas cosas las que se le vienen a la mente, me imagino, entre ellas algo debe pesar la pérdida del sentido del pecado en que está sumida nuestra sociedad occidental y en la que chapoteamos casi sin darnos cuenta, sobre todo cuando llega el momento de la verdad como el recibir este sacramento. Pensará que es muy niño para enfrentar su responsabilidad frente a Dios y a si mismo al reconocer: HE PECADO.
Muchos hacen su examen de conciencia y, salvo algún pecado gordísimo, feo y hediondo, que salta a la vista por ser un sapo asqueroso, no creen tener nada que confesar, y de arrepentirse y convertirse... ¡ni hablar! Lo he palpado, me lo han dicho, no invento nada. Entonces se comprende dilema de mi hermano, que quiere que el niño lo haga bien, "pero no quiere ponerle dudas en la cabeza". ¿Qué dudas? ¿De si a los 10 años se peca o no? ¡Claro que se peca! No será adulterio homosexual, pero envidias, rencores, egoísmos, gulas, etc son pan de cada día a esa edad. ¿Tan mala memoria tenemos?
Otro rollo de mi amado hermano es el tema de la pedofilia de algunos sacerdotes, y es que es un tema tan brutal, tan tremendo por la traición a los niños y al ideal cristiano que representan en forma eminente, que uno lo comprende también, pero identificado el peligro hay que enseñarles a cuidarse no sólo de un posible abuso por parte de ese mínimo número de los consagrados que han caído tan bajo; también a que distingan entre un ministro de Cristo, cuando están en sus funciones, y un hombre como sus profesores, vecinos o parientes, que suelen ser los más abusadores de menores. También el sacerdote podría ser, pero es más identificable. Por lo menos en eso no llevan ventaja.
En fin, para qué ponerse en el peor de los casos cuando el niño está accediendo a una de las cosas más maravillosas como es recibir el sacramento de la confesión para recibir luego en la Eucaristía al Señor de la Vida.
Que Dios proteja a los niños de estos horribles crímenes y también a los sacerdotes inocentes del manto de sospecha que cae sobre ellos sin merecerlo.